La columna de valores de la sociedad peruana contemporánea no tolera el aborto. Intuyo que eso seguirá así por decenios más. Sin embargo, el tema de coyuntura no es la legalización del aborto, sino la despenalización del aborto en dos situaciones muy específicas: cuando una mujer ha sido violada y cuando se sabe que hay malformaciones en el futuro bebe.
La Iglesia ha pegado el grito al cielo; los conservadores se flagelan. Que fácil se hace para un sacerdote o laico comprometido dar opinión sobre embarazos indeseados o aborto. Casualmente todos varones. Sin duda, los expertos. Bajo los preceptos de la Iglesia Católica y de conservadores como Reyes & Solaris, una mujer violada primero no debe usar anticonceptivos de emergencia post violación para evitar un embarazo; y segundo, si quedo embarazada, ya fue, debe y no le queda otra más que procrear sin importar si está preparada psicológicamente o económicamente para ello. Para asegurar este sistema perfecto sólo en la mentalidad de quienes conceptualizan a la mujer como una gran placenta de reproducción, existe un Código Penal que advierte de penas privativas a la libertad si se te ocurre abortar.
Bajo este precepto, los legionarios del conservadurismo creen que la penalización del aborto reduce la tasa de aborto. Ingenuidad total. La penalización del aborto hace del aborto una práctica clandestina, insalubre, rapaz, más traumática, más horrorosa y más inequitativa de lo que ya es. El aborto como muchos temas pasa por un tema de equidad. Son las mujeres pobres y/o de zonas rurales quienes no tienen los medios económicos para realizarse un aborto con las condiciones médicas y sanitarias adecuadas. Recurren –en medio de la impotencia y la desesperación- a realizar solas o con asistencia de terceros las más escalofriantes medidas que van desde lavarse con lejía, vinagre, bencina, detergente, kerosene o menjunjes de hierbas diversas a incrustarse palos de tejer, alambres, varas u cualquier otro objeto por la vagina o dejarse caer o golpear el vientre. Penalizar el aborto por tanto ha tenido sólo las siguientes consecuencias: a) que se incremente la tasa de mortalidad materna debido a abortos clandestinos realizados mayormente por comadronas o las propias mujeres sin asistencia médica especializada; b) que sean las mujeres más pobres quienes más pongan en riesgo su vida.
La Iglesia ha pegado el grito al cielo; los conservadores se flagelan. Que fácil se hace para un sacerdote o laico comprometido dar opinión sobre embarazos indeseados o aborto. Casualmente todos varones. Sin duda, los expertos. Bajo los preceptos de la Iglesia Católica y de conservadores como Reyes & Solaris, una mujer violada primero no debe usar anticonceptivos de emergencia post violación para evitar un embarazo; y segundo, si quedo embarazada, ya fue, debe y no le queda otra más que procrear sin importar si está preparada psicológicamente o económicamente para ello. Para asegurar este sistema perfecto sólo en la mentalidad de quienes conceptualizan a la mujer como una gran placenta de reproducción, existe un Código Penal que advierte de penas privativas a la libertad si se te ocurre abortar.
Bajo este precepto, los legionarios del conservadurismo creen que la penalización del aborto reduce la tasa de aborto. Ingenuidad total. La penalización del aborto hace del aborto una práctica clandestina, insalubre, rapaz, más traumática, más horrorosa y más inequitativa de lo que ya es. El aborto como muchos temas pasa por un tema de equidad. Son las mujeres pobres y/o de zonas rurales quienes no tienen los medios económicos para realizarse un aborto con las condiciones médicas y sanitarias adecuadas. Recurren –en medio de la impotencia y la desesperación- a realizar solas o con asistencia de terceros las más escalofriantes medidas que van desde lavarse con lejía, vinagre, bencina, detergente, kerosene o menjunjes de hierbas diversas a incrustarse palos de tejer, alambres, varas u cualquier otro objeto por la vagina o dejarse caer o golpear el vientre. Penalizar el aborto por tanto ha tenido sólo las siguientes consecuencias: a) que se incremente la tasa de mortalidad materna debido a abortos clandestinos realizados mayormente por comadronas o las propias mujeres sin asistencia médica especializada; b) que sean las mujeres más pobres quienes más pongan en riesgo su vida.
Estando en la universidad – año 1994 para ser exacto- tuve la oportunidad de entrevistar un par de casos de mujeres de clase media que abortaron. Para ese año, un aborto realizado por un médico oscilaba entre 300 a 800 dólares. Aquellas mujeres tenían los medios y los amigos para afrontar semejante costo y semejante trauma. Pero además, creen los ingenuos conservadores que en aquellos momentos estas personas estaban pensando si existía una penalización del aborto? Creen que estas mujeres dedicaron unos minutos para evaluar el tiempo que pasarían en la cárcel por practicar un aborto? Ingenuos y poco empáticos con el dolor y la angustia extrema que pasan estas personas. El aborto existirá porque el sufrimiento y la desesperación de un embarazo indeseado –en este caso por violación o por deformación congénita del feto- desbordan y supera todo tipo de penalización. Si una mujer es capaz de rodar por una escalera o incrustarse alambres en la vagina, creen que tres meses de libertad privativa las hará reflexionar? Mejor me retracto de esto último, no vaya ser que algún congresista despistado procree la disparatada idea que lo que se requiere son más años de cárcel. Es que acaso no se han paseado estos curas e infantes del Opus Dei por los barrios populares a ver cuanto cartelito de “Regulación de la Regla” existen? Mucho pedir, no?
No es de extrañar que el aborto se ubique como la cuarta causa de mortalidad materna. Posición que en realidad está subestimada porque en las extrañas e incompatibles categorías de causas de mortalidad materna manejadas por el MINSA, la primera causa se debe a la categoría “hemorragia” cuando muchas de dichas hemorragias son producidas precisamente por abortos inducidos. Siendo estigmatizados, presurosos por evitar sospechas o engorrosos procesos administrativos, muchos médicos u obstetrices prefieren un registro de “hemorragia” a uno de “aborto”.
El punto es que la mujer tiene el derecho de decidir qué hacer con su cuerpo y no una iglesia que además es gobernada por varones. No obstante, estos especialistas en la materia son geniales para parir ideas como aquella que cobijarán a los peques no deseados. Ya me imagino a la Iglesia Católica convertida en una gran Guardería Nacional. Palabreo para quienes no manejan las elevadas tasas de embarazo indeseado. Sin mencionar que preferiría que vivan a su suerte a tenerlos dentro de una institución que hace aguas con casos de pedofilia y cuyas prédicas medievales sólo se basan en sentimientos de culpabilidad.
Esperaría una Iglesia más misericorde, más humana, más empática, más sensible y más moderna. Una Iglesia que reduzca la culpa de estas mujeres, que disminuya su ansiedad, no que la criminaliza, no que la aísle más de lo aislada que se encuentra. Poco corazón para quienes no pueden entender la desesperación de mujeres asustadas que fueron violadas y tienen que truncar su carrera, su felicidad porque unos curas y laicos insensibles tienen más derecho sobre el cuerpo de una mujer que ella misma.
No es de extrañar que el aborto se ubique como la cuarta causa de mortalidad materna. Posición que en realidad está subestimada porque en las extrañas e incompatibles categorías de causas de mortalidad materna manejadas por el MINSA, la primera causa se debe a la categoría “hemorragia” cuando muchas de dichas hemorragias son producidas precisamente por abortos inducidos. Siendo estigmatizados, presurosos por evitar sospechas o engorrosos procesos administrativos, muchos médicos u obstetrices prefieren un registro de “hemorragia” a uno de “aborto”.
El punto es que la mujer tiene el derecho de decidir qué hacer con su cuerpo y no una iglesia que además es gobernada por varones. No obstante, estos especialistas en la materia son geniales para parir ideas como aquella que cobijarán a los peques no deseados. Ya me imagino a la Iglesia Católica convertida en una gran Guardería Nacional. Palabreo para quienes no manejan las elevadas tasas de embarazo indeseado. Sin mencionar que preferiría que vivan a su suerte a tenerlos dentro de una institución que hace aguas con casos de pedofilia y cuyas prédicas medievales sólo se basan en sentimientos de culpabilidad.
Esperaría una Iglesia más misericorde, más humana, más empática, más sensible y más moderna. Una Iglesia que reduzca la culpa de estas mujeres, que disminuya su ansiedad, no que la criminaliza, no que la aísle más de lo aislada que se encuentra. Poco corazón para quienes no pueden entender la desesperación de mujeres asustadas que fueron violadas y tienen que truncar su carrera, su felicidad porque unos curas y laicos insensibles tienen más derecho sobre el cuerpo de una mujer que ella misma.
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