El 27 de octubre del 2007 –a más de un año en el gobierno- el presidente García delineó lo que sería su real plan de gobierno. Básicamente ella se basa en un diagnóstico de la realidad peruana que se puede resumir en dos simples frases ya conocidas: 1) El Perú es un hortelano sentado sobre un banco de oro; 2) El principal enemigo del Perú es el perro del hortelano.¿Quién es el perro del hortelano? Los izquierdistas, los ambientalistas y los onegeistas que según el Presidente no hacen ni dejan hacer nada. ¿Quién es el hortelano? Los nativos, los indígenas y los peruanos en general a quienes García estereotipa de dos maneras: como activos salvajes agresivos, casi terroristas o como pasivos salvajes sin conciencia propia, manipulables, utilizados o engañados. En uno u otro caso, el hortelano es un ignorante incapaz de ser un interlocutor para discutir sobre progreso. De hecho la política de García –colindante a la colonialista y paternalista de gobernantes del siglo pasado- es elitista porque el desarrollo para García se discute entre el gobierno y el buey. Perdón, dije el buey?!!! En la fábula, es un buey quien reclama por el heno que el perro no deja comer. En la realidad, aunque no ha sido presentado, este esta representado por los inversionistas que visitan con frecuencia la casa-tienda que se ha armado en Palacio.
Bajo esa lógica, la función del gobierno se reduce a tres simples funciones 1) Vender mar, costa, sierra y por supuesto la selva; 2) Eliminar al perro del hortelano; y 3) Vender, vender y seguir vendiendo. De hecho Palacio de Gobierno colinda más con una tienda de artesanías de Petit Thouars. El argumento para García es simple como el siguiente: la selva es de todos los peruanos y no de los nativos. Recuerdo la misma lógica cuando se opuso al Museo de la Memoria: la memoria histórica es de todos los peruanos y no de unos académicos izquierdistas.
En ese sentido, García del 2006 es la antítesis del García de 1985. Si los dos existiesen ahora o si uno viajase en el tiempo, seguro se matarían a mordisco puro el uno al otro. No se trata que uno no pueda evolucionar en pensamiento. Varga Llosa empezó como acérrimo izquierdista y terminará como un legionario derechista. Sin embargo, el caso García se trata de más de una involución; aunque más preciso sería más bien que se trata de un desfase histórico. García es como el adolescente que por fin se consigue su cd-player cuando todos sus amigos ya están con un ipod. Es un presidente pasado de moda como dijo algún político. A fines de los ochenta, cuando el comunismo se caía a pedazos, y la privatización fomentada por Reagan y Thatcher se extendía por todo el mundo, García afiebrado estatizaba la banca, metía tanques al Banco Wiese y desafiaba cual gallito de pelea al FIM, estaba en otra, estaba fuera de moda. Ahora regordete y pausado, mientras el modelo neoliberal es cuestionado, los gobiernos empiezan a apropiarse con urgencia de las deudas del sector privado y la academia busca empolvados libros de Keynes, García quiere vender los ríos, los lagos, las cordilleras, el subsuelo, las playas, los bosques; invita a la inversión cuando nadie tiene liquidez y dice que si Chile pudo por qué él no, está en otra, nuevamente desfasado. García vive exactamente una década detrás de la historia.
García argumenta que la selva está improductiva. Nadie la trabaja y encima existen perros –llámese comunistas reciclados en ambientalistas según palabras de García- que impiden vender la selva y a lo más solo darla en concesión. Según García, las concesiones han arrasado y sobreexplotado parasitariamente la tierra porque el explotador no siente que es suyo la propiedad. Deforestan y se largan sostiene García, mientras que afirma que si se vende –bajo unas estupendas condiciones- el propietario privado se preocuparía de la tierra porque la siente suya, el propietario no es autodestructivo, busca maximizar su satisfacción concluye García recitando axiomas neo-liberales. Sugestivo el razonamiento. La gran diferencia es que una vez vendido, el Estado ya no tiene derecho a condicionar al propietario; el propietario no es autodestructivo – es cierto- y de hecho buscará maximizar la explotación y luego cuando haya arrasado todo, sencillo, vende la propiedad y se manda a mudar también dejando –quien sabe a quién como nuevo propietario. El propietario no es autodestructivo - es cierto- pero si puede ser incapaz y manejar pésimamente la propiedad, luego venderla y abandonar la propiedad. Las concesiones a diferencia de una venta te permiten condicionar, evaluar y renovar a tu inquilino. Si las cosas van mal, el Estado tiene posibilidad de reaccionar.
La segunda función del Estado para García - como hemos mencionado - es anular al perro del hortelano. Los intentos de controlar los fondos de las ONG y algunos medios de comunicación son artimañas para controlar al perro de hortelano pero jugando en la delgada línea roja entre la democracia y el autoritarismo; la criollada y la política de dos cañones.
Si hay algo que no cambiado en García de los ochenta y del dos mil es el egocentrismo que lo lleva a tener una visión arrogante inclusive cuando los hechos le demuestran lo contrario. Las declaraciones que brindó frente a los banqueros en el 2009 pinta su gran proyecto político y las dimensiones de megalomanía: Dios me ha dado la capacidad de convencer a las personas… El presidente no puede hacer presidente al que él quisiera, pero si puede evitar que sea presidente quien él no quiere. Yo lo he demostrado (¿Vargas Llosa-Fujimori?). Las reacciones frente al Museo de la Memoria, el intento de control de Panamericana televisión y la matanza en Bagua demuestran que García es duro de ceder; y que sólo lo hace cuando las consecuencias negativas están consumadas; y reacciona no por convicción sino por estrategia. García de los ochenta nunca reconoció su error – si lo hizo ha sido en su última campaña para ganar votos- y murió en su locura. El García del dos mil tiene los mismos atisbos de arrogancia y ceguera. Posiblemente morirá también en su locura, desfasado y con el Perú dándole la espalda.
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