Cerdopolis

Dos matrimonios, un reencuentro de secundaria, un quinceañero, una fiesta patronal de Huánuco, la presentación de un libro, una entrega de regalos a niños del barrio, la mismísima navidad, fiesta de año nuevo e innumerables cenas y pisco souers con amigos que no veía de antaño. Visitaba Lima por 31 días y uno quiere condensar en ese lapso todo el tiempo ausente, resumir en unos pocos días todas las experiencias no vividas, comprimir en unas semanas todos los abrazos y risas del año. El resultado, ingestas industriales de alcohol, empanzadas glotonas maximizadas por ese peruanísimo boom culinario y repetidas conversas de unas comunes preguntas sobre aquel lugar lejano y desconocido donde ahora vivo: qué se come, qué se hace, qué no se hace, qué hago en ese sitio. No importa, volver a Lima lo vale.

Lima deja la sensación de una “modernidad” calamaresca que avanza incontenible hacia los conos. Un KFC por San Juan de Miraflores. Un Saga Falabella coqueteando con Pamplona. Rumores de una Plaza Vea en Villa María del Triunfo. Canchas artificiales de fulbito en Villa Salvador. Ya quedaron años atrás cuando se peloteaba en la arena; y luego urbanizada cuando los goles eran sobre las pistas (“guarda, carro, carro”; “pera, espera, pasa la señora”) ¿Encontraré un Pizza Hut por Villa Salvador el siguiente año? Aún así, Polvos Azules sigue siendo una alternativa a tanta mall y Gamarra no me pareció afectada por tanto producto chino y barato. Hasta Tacorita y la Parada parecían menos agresivos. En fin, había espacio para todos.

Ferias pirotécnicas organizadas y autorizadas por el municipio hacen ver que algo aprendimos de la tragedia de Mesa Redonda. Es más, alentaron a disfrutar navidad como cuando niños. Manejando ya nuestros propios soles, organizamos un verdadero espectáculo de luces a medianoche con mis hermanos. Similar idea debió brotar por todo el vecindario. Nunca había visto una noche buena limeña con un cielo tan inundado con explosiones verdes, rojas y amarillas.

¿Señal de progreso? ¿Es mi nostalgia que no me hace ser tan objetivo con Lima? No necesariamente. Las carreteras son una vergüenza. Obras inconclusas y pistas con huecos donde se empoza el agua con las inusuales lluvias de Diciembre. Lima es terriblemente más horrible viajando en auto o combi. Pero además, es que no conviene reparar ni inaugurar nada hasta el siguiente año, cuando las elecciones estén en camino. Obras públicas a medio hacer esperando vísperas de elecciones para ser inauguradas. Por eso no me caes bien alcalde Castañeda, mudo imperturbable. Como si no supiera que te mandas de candidato a Presidencia, como si no supiese que empezarás a inaugurar tu Metropolitano a vísperas de tu lanzamiento, pendejo. Al menos, no te dejes seducir por el aprismo. Pobre Barranco cuando quede partida en dos con el Metropolitano, como ese tren eléctrico fantasmagórico que dejó dividida a Villa María. Te sigo odiando Alan. Y sigues jurando que tendremos tren eléctrico. Ya ni sangre tienes en la cara.

Alan jura y perjura que somos la vanguardia del desarrollo, que ya nada nos detiene, que estamos realmente bien encaminados. Sin embargo, en esos días, un gurú de la competitividad conmocionó a empresarios y gobierno sosteniendo que aún nos falta mucho. Y es que nuestro sistema es tan frágil que nos alegramos por una bonanza basada en la exportación de materia prima. Sin mencionar la falta de justicia o la corrupción que lo invade todo. Indultaron a Crousillat y aún no termina la mecedora con León y Quimper.

Dejo Lima con su resaca de año nuevo. La extraño aunque me enojan sus problemas. Cuando regrese tendrá nuevos túneles y más parques; amen, que no signifique menos árboles. Dejo Lima y en mi nostalgia me acompaña mucha lluvia en pleno Enero.