Antes del terremoto, Haití era un país que dolía y ensombrecía al continente americano. La situación de Haití sólo era comparable con la de países del subsahara africano. En el Índice de Desarrollo Humano de la ONU (IDH), Haití ocupó el puesto 149 de 182 países. La triste posición revela que el país es uno de los más pobres, con una esperanza de vida de 61 años, donde 4 de cada 10 habitantes son analfabetos y 7 de cada 10 sobreviven con apenas 6 soles diarios. De acuerdo al índice de corrupción 2009 Índice de Corrupción de Transparencia Internacional, Haití ocupa el puesto 168 de 180 de los países más corruptos, sólo superado por países como Somalia, Afganistán, Sudán, Myanmar o Iraq. A ello se suma los problemas de deforestación y arrasamiento que se ha hecho con la isla. Apenas el 2% de su área se conserva libre de deforestación.

Con tremendo caldo de cultivo, no sorprendió que hubiese un golpe de estado hace apenas 5 años (2004), posterior a unas elecciones presidenciales consideradas fraudulentas. El golpe de estado desencadenó la violencia y tuvo como desenlace la salida del presidente de turno en medio de una cuestionada intervención de Estados Unidos y Francia. Desde la fecha, tropas de la ONU al mando de Brasil (y que incluyen un batallón peruano de alrededor 200 hombres) están asignados en la zona principalmente para garantizar un proceso democrático de las nuevas elecciones presidenciales y controlar las sanguinarias bandas armadas formadas en las barriadas.

Como si fuera poco, la naturaleza se ha empecinado en hincar donde más duele a América. Siendo una zona de tormentas tropicales, continuos huracanes han causado inundaciones y transformado la geografía dramáticamente. Con el terremoto, a la cantidad lamentable de miles de muertos se agregará en los meses siguientes las muertes acaecidas por la hambruna, epidemias y -lo que es más cruel aún- la violencia propia de los hombres. Violencia que potencialmente se incrementará ante la falta de autoridad y la escasez de alimentos. La gobernabilidad en Haití es nula y disminuida la capacidad operativa de los casco azules, los conflictos y saqueos se incrementarán potencialmente con la recomposición de las bandas delincuenciales, la fuga de delincuentes, la autodefensa y toma de justicia en propias manos. El panorama promete ser sombrío para Haití en los siguientes meses.

Aunque la ayuda internacional ha sido inmediata y desde todos los sectores políticos, deportistas, artistas y hombres de pie, ella no ha podido llegar a su destino ante la ruina de los aeropuertos. Pero además, se requiere canalizar toda esa ayuda a través de una o unas cuantas organizaciones sumada a un contingente nuevo de cascos azules que puedan garantizar el transporte evitando el saqueo, la violencia y la corruptela que buscará sacar provecho de las donaciones. Haití requiere no solamente de manos cálidas, requiere fuerza militar que imponga orden y planificadores que puedan organizar y distribuir eficientemente la ayuda comunitaria que se envía en las más diversas formas, cantidades y maneras.
[1] El ídice es uno basado en la percepción de expertos. Considere el puesto 180 como el país más corrupto.

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