La escena de niños desfilando marcialmente con cascos de sandía y fusiles de madera conmovía a los padres y vecinos. La escena también me parecía graciosa, curiosa, jocosa, patriótica que se yo… hasta que una española al verla me exclamó

-“Es lo más fascista que he visto”.

Aquel comentario recibido apenas unos años de iniciado la universidad me hizo pensar mucho. Hasta entonces, los desfiles escolares (aquellos de tipo marcial) me parecían el rostro natural de la celebración de fiestas patrias en las escuelas. Yo había sido parte de ello durante mi primaria pública e inclusive en la secundaria a pesar de ser un colegio privado y religioso.

Tener estatura y notas ligeramente superiores al promedio me daba el “privilegio” de pertenecer a la escolta que cada lunes deslizaba piruetas marciales para honrar la bandera. Había sido preparado para ello un año anterior por alumnos de mayores grados. Valía la pena pensábamos, aún cuando como bautizo nos ponían hormigas y arañas sobre el cuerpo mientras debíamos permanecer inmóviles mirando el sol a costa de algún castigo de ejercicio físico. No me cuestioné entonces, al fin y al cabo era la tradición en esa escuela. Tampoco me cuestionaba cuando en julio, ensayos y más ensayos - a costa de clases académicas – para sincronizar en el desfile militar. La escuela se volvía por unas semanas un pequeño cuartel o academia pre-militar. Era al fin y al cabo, la tradición en todas las escuelas. Ni siquiera dudé cuando próximo a terminar la secundaria hubo un año donde fue implementado un curso llamado Educación Pre-Militar. Aquel profesor que asumía que nuestro carácter y amor por la patria sería consecuencia directa de hacernos arrastrar como serpientes sobre la tierra, se divertía morbosamente con nuestro sufrimiento parte esencial de su “pedagogía militar” y no tuvo reparos para ejercer su autoridad –me lo dijo un amigo porque no lo recuerdo bien- metiendo un rodillazo en los testículos a uno de los más débiles del aula. Y aunque lo único que aprendí de ese sin sentido de curso fue una desconfianza hacia las fuerzas armadas y un odio al abuso autoritario del poder, no me cuestioné por qué carajo lo militar se inmiscuía en nuestra formación. Al fin y al cabo, un Ministerio de Educación lo avalaba y nos encontrábamos en medio de una feroz violencia política que ya asediaba la capital.

¿Qué sentido de patria me fue infundado por aquellos desfiles militares o intentonas de militarización escolar? Ninguno en absoluto. El amor patrio no se aprende a punta de órdenes, gritos y “ranas”. Aquellas horas perdidas no inculcaron la mínima atracción por la patria ni el mínimo concepto de lo que es ciudadanía sino contribuyeron a perder clases o a poder levantar un poco la nota del curso de Historia a través de canjes de puntos por participaciones en los desfiles.

Si me preguntas ¿Dónde ha nacido el amor por mi país? Te respondo, de un pleno conocimiento -sobretodo experimental- de su comida, su geografía, sus costumbres, sus danzas, su música. Entonces, ¿Que contribuiría a forjar el amor al país?, cosas simples como una vivencia culinaria, una visita al museo, un paseo, un pasacalle lleno de creatividad y colorido.

Fue mucho más tarde, a mitad de mi carrera universitaria cuando aquel comentario de una extranjera me enseñó que aquella tradición debía romperse. Tradición que no se circunscribe a aquellos desfiles militarizados sino que tienen otras manifestaciones que se cuelan sinuosos en el mismo método de enseñanza, libros y contenido curricular. Cómo entender el valor de la democracia – por ejemplo- cuando un estudiante no puede distinguir entre lo que significa ser un presidente o un dictador, no porque no tenga la capacidad de discriminar sino porque sus libros y profesores insisten en llamar como presidente a todo aquel que ha gobernado el país más allá si llego a él a través de voto popular o un golpe de estado.

Si nos obligaron a desfilar militarmente por vivir un periodo de guerra política, ahora podemos ir dejándolo o no dando privilegio como única forma de expresión amor patriótico. Los desfiles por fiestas patrias no están prohibidos pero no tienen que ser militarizados ha sostenido el Ministerio de Educación a partir de una iniciativa de Transparencia. Se aplaude la decisión.

Posted by Cerdas Travesías on

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